Diario de una Esposa Traicionada por Rocio H. Gómez

Capítulo 461



Capítulo 461 

Él, con la voz ronca, dijo: A casa.” 

El conductor, complaciente, se dirigió hacia la mansión. 

Luego, escuchó desde atrás tres palabras: “A Bahía de la Luna.” 

El conductor vaciló un momento, Mirando a través del retrovisor, observó la expresión de Isaac y, en la intersección, giró el carro. La lluvia seguía 

cayendo, golpeando erro pero Isaac sentía como si aún fuera él quien la recibiera. Poco a poco, apagaba sú orgullo innato y su distinción. El 

carro se detuvo dentro de la villa de Bahía de la Luna, y sin esperar a que el conductor abriera el paraguas, Isaac salió del carro con paso firme bajo la lluvia. Al entrar de nuevo en esa villa, entrando en la habitación matrimonial que compartía con Cloé sintió una especie de desconcierto, como si fuera el día anterior cuando, después de socializar y beber, Cloé salía al escucharlo, apoyándolo hacia el sofá y con cuidado, le preparaba una sopa para aliviar la resaca. 

“Señor, ¿no regresa a la mansión esta noche?” 

Sonia Mancera, al escuchar movimiento, salió del dormitorio y con un clic, la luz se encendió brillante. 

Isaac entrecerró los ojos por el brillo susurrando un: “Mmm.” 

“Ay, Dios mío, ¿cómo está todo mojado? Suba a darse una ducha caliente, ¡refriarse en verano es lo peor!” Content © NôvelDrama.Org 2024.

Sonia era una anciana que había trabajado muchos años para la familia Montes, frente a Isaac, era una sirvienta y también como una mayor preocupándose por él, instándolo a subir y cambiarse. 

Isaac no dijo nada, asintió ligeramente y subió solo las escaleras, sentándose en el sofá junto a la ventana y encendiendo un cigarrillo. Nada había cambiado. Ella se había ido, él también y solo Sonia seguía allí. Guardando las huellas de tres años de matrimonio que dejaron atrás. Cloé no quería enfrentarlo. Y él, lleno de culpa y renuencia, no se atrevía a enfrentarlo. Después de un rato, alguien tocó la puerta del dormitorio. Era Sonia. 

Con permiso, Sonia entró, colocando un bol de sopa para aliviar la resaca sobre la mesa y diciendo: “Saliste de nuevo esta noche, ¿verdad? Esto lo aprendí de la señora, ajustó la receta varias veces hasta que esta fue la perfecta para ti. Recuerda tomarla antes de dormir, así no tendrás dolor de cabeza mañana.” 

Isaac esbozó una sonrisa, casi sin poder encontrar su voz mientras decía: “…Está bien.” 

“Señor…” 

Sonia, viéndolo tan desanimado, no pudo evitar preguntar: “¿Pasó algo?” 

El patriarca se fue. La señora se fue. Al lado de Isaac… ya no quedaba nadie que realmente se preocupara por él. 

Isaac sonrió y le preguntó: “Sonia, ¿fui muy malo con ella antes?” 

Sonia se quedó atónita, luego negó con la cabeza suavemente preguntando: ¿Cómo podría ser? Siempre fuiste muy bueno con la señora.” 

que necesitaba. En público, le brindaba dignidad. En privado, le brindaba las cosas materiales 

Sin embargo, Sonia se sentía algo impotente y lo lamentaba por ellos: “Pero era como sifaltara algo.” 

Isaac levantó la vista y le preguntó: “¿Faltaba qué?” 

“Amor.” 

Sonia había visto de cerca cómo se llevaban en su matrimonio y suspiró diciéndole: Isaac, el tipo de matrimonio que le diste a Cloé, tal vez con otra chica podrían haber sido felices para siempre, pero con Cloé no.” “Lo único que ella quería desde el principio eran a ti y a tus sentimientos.“Por eso, que ella se fuera, era de esperarse.” 

Después de que Sonia se fue, Isaac se quedó sentado en el sofá, como si hubiera perdido el alma. El cigarrillo en sus dedos se quemó hasta el final, la larga ceniza caía sobre su piel con un toque escarlata, como si él no sintiera nada. La noche lluviosa hacía que su rostro empalideciera, mientras que sus ojos estaban rojos y fragmentados. Ella realmente… ¿no lo quería más? Aunque ella se mudo y luego pidió el divorcio, nunca había sentido ese abandono real. Siempre pensó que algún día ella regresaría. Pero lo que llego, fue la noticia de ella con otro. Isaac se frotó la cara, como si no pudiera aceptar esa realidad, tomó su teléfono y marcó ese número familiar

Cloé. 

Del otro lado del teléfono, no tomó mucho tiempo antes de que ella contestara, su voz era ligera y alegre: ¿Hola, presidente Montes?” 


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